Siguiendo en la tónica del artículo anterior, comparto con ustedes lo siguiente...
¿Qué te apasiona? ¿Qué cosas encienden tu sangre, vivifica
tu alma, te llena de energía, te hace sentir en tu “elemento”? En mis asesorías vocacionales, usando el
modelo de Inteligencias Múltiples de Gardner, las cuales pueden ser
interpretadas como talentos, pueden
conocerse diversas inteligencias que
nos pueden hablar de nuestras pasiones:
la pasión lingüístico-verbal, la lógico-matemática, la rítmico-musical, la visual-espacial, la kinestésico-corporal, la interpersonal, la intrapersonal, la naturalista,
la existencial… En cada una de estas
pasiones manifestamos talentos que nos llevan a adentrarnos en la vorágine del
fluir (flow) endiosado (o endiablado: en la Viña del Señor hay de todo).
En mi caso, una de mis varias pasiones (además de la lógica, la intrapersonal y la existencial) es el leer y escribir,
el disfrutar con fruición el cultivo de la inteligencia lingüístico-verbal a
través del navegar en la mar de palabras de los pliegos de los libros. Esa fruición
puede ser una actividad orgásmico-literaria compartida entre los que tienen esta
misma pasión (entre otras), casi equiparable, en sus muy buenas ocasiones, al
deleite del cuerpo-y-alma de una fémina de altos vuelos o al maridaje con Lo
Sagrado. No son pocos los poetas que han podido dejar constancia de la
dimensión divina que envuelven ciertos ordenamientos de palabras.
Y ese acto que es el leer puede ser considerado tan
insignificante, incluso tan sin sentido, por muchos otros (que tendrán otras
pasiones, obviamente) que no puedo menos que recordar una frase recién leída en
un regalo que me hice recientemente («La Magia de Leer» de José Antonio
Marina), la cual quiero compartir con algunos de ustedes. La frase dice así: “La lectura ha sido considerada siempre un
peligro por todas las autoridades religiosas o dictatoriales, porque es una
actividad emancipadora, lo que resulta siempre peligroso. … La Revolución
Francesa fue una revolución de lectores: «En París —dice un testigo— todo el
mundo lee. Todos los ciudadanos, en especial las mujeres, llevan un libro en el
bolsillo. Se lee en el coche, andando, en el teatro durante el entreacto, en el
café, en el baño. Los domingos, la gente lee, sentada delante de la puerta de
su casa; los cocheros en su pescante; los soldados durante la guardia»”.
Y sigue Marina relatando exquisitas cosas:
“Todos nosotros, en el
comienzo de nuestra historia de lectores, sentimos ese mismo apasionamiento.
Vargas Llosa ha contado su primera lectura de Madame Bovary, y en su relato
podemos vernos todos retratados:
Compré el libro nada más llegar a París. Comencé a
leerlo esa misma tarde, en un cuartito del hotel Wetter, en las inmediaciones
del museo Cluny. Ahí empieza de verdad mi historia. Desde las primeras líneas
el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante, como un
hechizo poderosísimo. Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente
mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su
materia. A medida que avanzaba la tarde, caía la noche, apuntaba el alba, era
más efectivo el trasvasamiento mágico, la sustitución del mundo real por el
mundo ficticio.”
Y nos refiere una anécdota electrizante para los que amamos
el leer:
“Jean-Paul Sartre fue un gran lector que además ha contado,
con una brillantez conmovedora, su iniciación a la lectura. «Empecé mi vida
—escribe— como sin duda la acabaré; en medio de libros. Es el despacho de mi
abuelo había libros por todas partes. No sabía leer aún y ya reverenciaba esas
piedras levantadas, derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los
estantes de la biblioteca.»
“Su abuelo le regaló dos libros de cuentos. «Los cogí, los
olí, los palpé, los abrí. Era en vano: no tenía el sentimiento de poseerlos.
Sin mayor éxito intenté tratarlos como muñecas, los mecí, los besé, los pegué.
A punto de echarme a llorar, acabé poniéndolos en las rodillas de mi madre.
Ella levantó la vista de la labor: ¿Qué quieres que te lea, queridín? ¿Las
hadas?». Sartre cuenta el asombro que le produjo descubrir que a través de la
voz de su madre las palabras salían del libro:
Entonces tuve celos de mi madre y resolví quitarle su
papel. Me apoderé de una obra titulada Tribulaciones
de un chino en China y me la llevé a la habitación de los trastos; allí,
encaramado en una cama plegable, hice como que leía: seguía con los ojos las
líneas negras sin saltar una sola y me
contaba una historia en voz alta, teniendo cuidado de pronunciar bien todas las
sílabas. Me sorprendieron —o hice que me sorprendieran—, lanzaron exclamaciones
y decidieron que ya era hora de enseñarme el alfabeto. Fui diligente como un
catecúmeno; llegué hasta a darme clases particulares: me encaramaba en lo alto
de mi cama plegable con Sin familia
de Hector Malot, que me sabía de memoria y, medio recitando medio descifrando,
recorrí una tras otras todas las páginas; cuando volví la última, ya sabía
leer. Estaba enloquecido de alegría.”
¿Y tú, amiga(o), te habrás sentido identificada(o) con
alguna de estas experiencias narradas? ¿Qué pasiones te mueven por los
recovecos de la vida? ¿O tal vez te mueves al son que te marcan otros sin
sentir este combustible que te saca del tedio o aburrimiento, de la frustración
y hasta del vacío?
Leer es una de las diversas pasiones y vías de aprendizaje: hay muchas otras. Pero no podemos desconocer la tremenda importancia de la lectura en nuestra Sociedad de la Información.
Wladimir Oropeza Hernández
Psicólogo clínico
Asesor Vocacional basado en Talentos y Fortalezas
Coach con PNL Neurointegrativo
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