Estamos claros que en muchos casos hay que brindarles apoyo a las personas que evidencian algún talento, como abajo se ilustra, y lo interesante sería "cultivar una cultura" (disculpen la perogrullada) donde busquemos este tipo de salida a este problema: concientizar nuestros talentos (o capacidades, es decir: patrones recurrentes de pensamiento, sentimientos y acción, que pueden tener una aplicación productiva) y apoyar a otros a que concienticen los suyos, usando dichas capacidades para intercambiar valor por valor, lo mejor de mí por lo mejor tuyo.
Les transcribo a continuación el artículo...
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Indigente con voz de locutor recibe ofertas de empleo tras triunfar en la red
El Nacional, 07 de enero de 2011
Pocas horas después de que el periódico Columbus Dispatch colgase en su página web un vídeo de Ted Williams, un indigente dotado con una gran voz, el hombre empezó a recibir múltiples ofertas de trabajo, incluida una del equipo de baloncesto Cleveland Cavaliers para convertirse en su voz.
http://www.el-nacional.com/www/site/p_contenido.php?q=med%2F175191%2FArte+y+Espect%C3%A1culos%2FIndigente-con-voz-de-locutor-recibe-ofertas-de-empleo-tras-triunfar-en-la-red%2Fv
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Una de las cosas que más se han reiterado desde hace tiempo es que la pobreza es un derivado de las ineficientes y/o injustas estructuras socioeconómicas y políticas y que el Estado debería resolverlo. Luego de haber experimentado los sentimientos asociados al tema, me parece importante hacerse algunas preguntas: ¿responde dicha problemática solamente a un problema del modelo económico y/o político?, ¿no juegan un papel los valores -o antivalores- que cada uno decide expresar, los valores que la sociedad y los líderes reproducen?, ¿es responsabilidad solamente del Estado o de la sociedad?, ¿por qué sería así y cuáles son las implicaciones para con el resto de la sociedad?, ¿no existe la responsabilidad individual en la superación de dicha condición y estaríamos hablando solamente de víctimas?, ¿podría haber algo erróneo en la forma de abordar esta problemática a través de nuestra historia pasada y actual?
Muchas personas tal vez considerarían que estas preguntas reflejan insensibilidad por parte de quien las formula, que es inconcebible plantearlas, expresando que es muy obvio el atacar sin miramientos tal flagelo social. Y que no debe revisarse ni las implicaciones ni la forma, sino que hay que responder de forma inmediata a brindar todas las asistencias posibles, como deben hacerlo todas las personas humanitarias. Pero resulta que formular estas preguntas no es indicativo de insensibilidad ni de antihumanismo, sino de mirar la problemática desde una perspectiva diferente, que permita mayores logros y más realistas, buscando concientizar (y crear conciencia sobre) aquello que, en nosotros, genera inercia psíquica ante el cambio, e incluso se le opone y lo obstaculiza.
Recuerdo los frecuentes discursos sobre el altruismo que daba el máximo dirigente de una empresa pública, sobre las necesidades y las injusticias que han padecido muchos y siguen sufriendo, y que se debería mostrar sensibilidad social y responsabilidad ante dicho sufrimiento. Esto llevó a que permitiera la incorporación de personas tenidas por pobres algunas, o muy necesitadas otras, a puestos en la empresa para los cuales no tenían las competencias mínimas requeridas. Más allá de los muchos casos (otros pocos tenían un final mejor, luego de algunos estudios para buscar colocarlos en puestos más cónsonos con sus capacidades, en caso de ser posible) de entorpecimiento de los procesos organizacionales y malestares vividos por el equipo de trabajo de dichas áreas, debiéndose ser tolerante en aras de la moral altruista, quiero poner el acento sobre un grupo de casos en particular, casos que nos permiten tener cuidado con las generalizaciones a ultranza que muchas veces hacemos, por no hablar del voluntarismo irreflexivo bastante frecuente en nuestra cultura.
Había personas que buscaban ayuda y hasta la demandaban: se les debía dar dinero o trabajo porque era una situación de extrema necesidad o porque debía repararse una situación tenida por injusta (la existencia de algunos con mucho y muchos con poco). Sabían, me parece, de la sensibilidad que el dirigente de la empresa profesaba e iban a pedirle directamente. Pero él llegó a presenciar casos en los que luego de dejar de darles dinero y ofrecerles trabajo, estas personas desaparecían, para nunca volver. Otros aceptaban el puesto y a los pocos días dejaban de ir, sin ni siquiera tener la amabilidad de anunciar su decisión y agradecer la oportunidad. En este momento recuerdo también varios casos de personas que llegaban con “ínfulas” de ser personas importantes por haber sido ingresados directamente por el dirigente de la empresa, y que luego de caer en cuenta que no tendría oportunidad de una parcela de poder, igualmente se iban despotricando por las nuevas injusticias padecidas.
Estas experiencias con el tiempo me llevaron a pensar que, para algunos, el tema de la pobreza no era un problema en sí mismo, sino que el problema era la forma de lograr acceder a los recursos (dinero, alimentos, vestimenta, etc.) sin tener que abandonar el estilo de vida pedigüeño o de “paracaidista apoderado”. Así pude palpar de forma más clara la gran enseñanza contenida en esa pequeñita obra española, “Lazarillo de Tormes”, sobre la existencia de rasgos de viveza y oportunismo, además de la posibilidad de asumirse la pobreza como un estilo de vida (una idea igualmente expresada por Alejandro Padrón en su novela “Escuela para pobres”, escrita desde nuestra realidad). También aprecié que la actitud asistencialista, con claros rasgos heroicos (“¡heme aquí que yo, tu benefactor, tu salvador o libertador, voy a resolverte este problema, con el que tú no puedes lidiar, del cual eres una víctima!”), de tales ayudas no constituyen una forma eficiente, ni siquiera sana, de apoyar la salida de las personas de la pobreza. Pero esta postura heroica, fuertemente arraigada en nuestro inconsciente colectivo, es parte de lo que repetimos históricamente, junto con su contrapartida psicológica de la "víctima" y el "impotente".
Es decir, por un lado la actitud heroica, que en apariencia está cargada de “buena voluntad” pero esconde oscuras satisfacciones al aparecer como benefactor, a la vez que no promueve realmente el desarrollo de las “fuerzas esenciales humanas” ni capitaliza de forma sostenidamente creciente fortalezas, competencias, prácticas exitosas y un mayor bienestar psicológico y económico, si no que más bien propicia la permanencia de la dependencia institucional y estatal. Esta actitud me hizo recordar el dicho: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, razón por la cual las acciones de Estado de corte altruista deben ser claramente evaluadas, visualizando los posibles escenarios y exigiendo resultados. Reconozcamos tanto que esta actitud heroica (y no olvidemos sus posiciones psicológicas complementarias) ha sido una característica presente a lo largo de nuestra historia venezolana: reflejada por nuestros gobiernos y esperada por el pueblo. Es un patrón cultural de nuestra psique colectiva que necesitamos revisar por nuestro propio bien y el de los proyectos institucionales destinados a particulares y comunidades.
Por otro lado, están los que quieren mantener su estilo de vida como víctima, dependiendo de la capacidad productiva de los demás, pidiendo de manera solapada que se les ponga “donde haiga” (sic). Y aquí viene al caso esas sabias enseñanzas de: “no echéis las perlas a los cerdos”, “separad la paja del trigo”, siendo conveniente aprender a distinguir el terreno donde sí pudiera fructificar la semilla, de aquel terreno donde no. ¡Claro, estas enseñanzas bíblicas nos indican que aprendamos a hacer el bien mirando a quien! Todo lo contrario de lo que comúnmente profesamos a todo pulmón, incluso con mucho orgullo. Otro patrón que es importante desenmascarar y ponerle límites.
En el medio están aquellos que luchan con sus propias manos por salir adelante, algunos con resultados dentro del promedio, y otros llegando más lejos, al convirtiendo sus talentos en fortalezas al conjugarlas con conocimientos y destrezas cónsonas, mediante la práctica continuada, aprovechando o creando oportunidades, desempeñando trabajos acordes con sus capacidades y aprendiendo a aportar valor a los distintos entornos en los que se mueven.
Apoyar a otros en su proceso de solución de un problema y en su crecimiento personal, profesional y laboral te brinda satisfacciones si tienes motivaciones cónsonas con el ejercicio de esta actividad. Es una decisión individual, además de institucional, que considero hoy por hoy nos resulta conveniente, pero que requiere desenmascarar o no apoyar la actitud de “saqueador” que se manifiesta en los distintos niveles sociales, e incluso en varios de los que pretenden erigirse en defensores del bienestar público. Es saludable prestar apoyo bajo un esquema que promueva el crecimiento, la productividad, la autonomía, la independencia del otro, asumiendo el receptor de la ayuda su cuota de responsabilidad y dentro de un marco que implique el intercambio de valor por valor en ésta y en las restantes interrelaciones humanas.
Wladimir Oropeza
Psicólogo
Bibliografía
- Anónimo. (1554). Lazarillo de Tormes. (6ª ed). Editorial Burgos. 1991.
- Barroso, Manuel (2007). Autoestima del venezolano. (3ª ed). Caracas: Galac.
- López-Pedraza, Rafael (2002). Sobre héroes y poetas. Caracas: Festina Lente.
- Padrón, Alejandro (2009). Escuela para pobres. Caracas: Mondadori.
- Rand, Ayn (2005). La rebelión de Atlas. Buenos Aires: Grito Sagrado.
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