PENSAMIENTOS SUGERENTES

"Conócete a ti mismo".
Sócrates, recordando la sentencia del dios Apolo, inscrita en la entrada del Templo de Delfos

"No es mirando a la luz como se vuelve uno luminoso, sino vertiendo luz en la propia oscuridad."
Carl Gustav Jung

"En general, los hombres no quieren que se les enseñe a pensar bien; prefieren que se les diga qué han de creer."
K. Gunnar Myrdal

"Una virtud básica del hombre es el pensamiento. ... Y tu vicio básico, la fuente de tus males, es ese acto antiético que algunos practican pero que no desean admitir: el acto de dejar la mente en blanco; la voluntaria suspensión de la propia conciencia, la negación a pensar; no la ceguera, sino el rechazo a ver, no la ignorancia, sino el rechazo a conocer."
Ayn Rand. La rebelión de Atlas.

"No querría con esta obra ahorrar a los demás el que piensen; al contrario, si fuera posible, querría incitarlos a pensar personalmente."
Wittgenstein

miércoles, 13 de abril de 2011

Sobre la economía social y la prosperidad: una perspectiva desde la psicología humanista y la economía moral. Parte II


LA VINCULACIÓN ENTRE VIRTUD, PROSPERIDAD Y FELICIDAD


“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política.”
“Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla, porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud.”
“…He pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices.”
Simón Bolívar (1819). Discurso de Angostura.

El tema de la prosperidad, como un aspecto de la felicidad, no deja de estar presente en nuestra búsqueda contemporánea, individual y colectiva. En nuestro país, Venezuela, mucho se sigue hablando del sistema de gobierno que aporte la mayor cantidad de felicidad posible, como bien lo expresó Bolívar en esa frase tan manoseada hoy por hoy con la cual iniciamos este escrito. Quise profundizar más allá en lo que esta frase nos transmite actualmente, sabiendo muy bien que fue formulada en un momento histórico determinado. También me pareció interesante someterla a un primer análisis, haciendo uso del saber científico actual: psicología y economía.
No está claro, para nosotros los venezolanos, qué es eso de felicidad, la felicidad del pueblo, la felicidad del ciudadano… Y no hay indicadores de gestión propios que permitan decir con objetividad si esa felicidad que se busca se está haciendo realidad. Ya el Producto Interno Bruto (PIB) no es, por sí solo, indicador de felicidad para la mayoría de un país.
Por los momentos, convengamos que la felicidad es un estado afectivo, referido a un sentimiento de bienestar, el cual puede conceptualizarse desde dos perspectivas psicológicas (Rodríguez y et alt, 2010): la hedonista, que habla entonces de Bienestar Subjetivo (BS), referida a un juicio valorativo global en el que se expresa el grado de satisfacción con la vida; y la eudemonista, que la apellida Bienestar Psicológico (BP), refiriéndose a un estado de plenitud resultante del desarrollo de las virtudes. Hay un concepto que también tiene sus conexiones con la felicidad y la prosperidad, que es la Calidad de Vida (CV), el cual no tocaremos por ahora. Como se ve, en ambos casos se experimenta un sentimiento de bienestar, el cual muchos hemos experimentado al menos puntualmente.
La propuesta de eliminar la pobreza por sí sola no promueve la felicidad de manera estable. Se comenta mucho sobre lo que se ha hecho para reducir la pobreza, como el hacer más accesible ciertos alimentos a través de redes de distribución populares, pero eso, más otras medidas gubernamentales, no han sacado de la pobreza al amplio espectro de la población de los estratos D y E. El que se deje de practicar un vicio o se cure de una enfermedad, no hace a la persona positivamente virtuosa o saludable. Por ende, no se trata de que existan menos pobres, sino que aumente el número de ciudadanos prósperos e incluso ricos, en los diferentes ámbitos de la vida humana, por el ejercicio de virtudes y talentos. Pero la palabra riqueza, rico, dinero, finanzas, etc., parece que han adquirido características malévolas. Y esto contrasta con lo narrado en la Parábola de Talentos: Cristo, quien usa la parábola para explicar cómo funciona el Reino de los Cielos, nos cuenta que al fustigar el Señor-Dios al siervo negligente, por no hacer usado productivamente el talento y haber obtenido “usura” (leer dicha parábola en mi blog http://myblog-wladimiroropeza.blogspot.com/2010/12/sobre-tus-talentos-parabola-de-los.html) incluso le quita lo poco que tenía y se lo da a quien sí pueda multiplicar los frutos con el talento. El Reino de los Cielos, por ende, es un reino que pide usar los talentos para crear prosperidad, que nos demanda concientizar los dones del espíritu para que fructifiquen a través e las virtudes del alma y los talentos de la personalidad. No es un Reino donde tenga cabida la escasez y la pobreza (ni espiritual ni material, porque es un reino de plenitud). Entrarán pobres y ricos, materialmente hablando, que habrán llevado una vida virtuosa en la que habrán vertido su riqueza espiritual.
Al apuntar al crecimiento de la prosperidad se impulsaría a que crezca realmente la felicidad, en la que también impactan negativamente el grado de inseguridad social (tomemos en cuenta los índices de criminalidad y de muertes que causa) y de inestabilidad política. Esto es así, aunque ya hoy en día sabemos que es falsa la tesis económica en la que se supone que la felicidad siempre sube al subir el poder adquisitivo de los ciudadanos: de hecho, aunque las sociedades occidentales han crecido, en general, en riqueza material, no se han hecho más felices, como nos muestra el economista Layard (2005). El estudio (que profundizaremos posteriormente) hecho a nivel mundial deja en claro que la prosperidad económica no es la única variable que influye linealmente en el aumento de la felicidad y que lo hace hasta un punto determinado. Pero es conveniente dejar en claro que los resultados evidencian “una clara tendencia de los países más ricos a ser más felices que los [países] pobres” (Layard, 2005).
Si la libertad es la base de la creatividad y de la prosperidad, y ésta tiene una relación positiva con la felicidad, entonces un gobierno que sea perfecto porque produzca la mayor suma de felicidad posible necesariamente debe ser un gobierno que promueva la libertad. Y tendrá que ser un gobierno que incite, bien sea por la vía inevitable del ejemplo de sus personeros (gobernantes, ministros, empleados públicos) y por el empleo de propagandas veraces y políticas eficientes, la práctica de las virtudes. Al menos en la Psicología Positiva al hacer una comparación intercultural, Seligman (2003) y su equipo establecieron la existencia de seis grandes virtudes comunes:
  1. Sabiduría y conocimiento
  2. Valor
  3. Humanidad y amor
  4. Justicia
  5. Templanza
  6. Trascendencia

Dentro de cada una de ellas determinaron un conjunto de fortalezas que al practicarlas, promoverían la realización de dichas virtudes (más adelante ahondaré en este punto).
Obviamente, el Libertador, que no dejó de tener sus contradicciones en sus momentos, pensaba que la libertad era un valor de suma importancia, razón por la cual manifestaba un gran aprecio por las constituciones y el tipo de sistema político de países como Gran Bretaña y la América del Norte, considerando que dicho sistema político (liberal), como los conoció en aquel entonces, requería del cultivo de virtudes que pudiera hacerlo sostenible. Y dudaba de nuestro carácter moral (¿y psicológico?) como pueblo para tal logro.
Pues creo que es claro que su segunda frase es iluminadora de nuestra realidad política actual. Hay algo pervertido en nuestra forma de ser en el ámbito de lo público que nos ha llevado a la situación actual, donde impresiona que no estemos ganando en prosperidad ni en felicidad real colectiva.
La siguiente cita del Libertador habla por sí sola: quiso excitar (¡excelente palabra! Prefigura para nuestra imaginación la relación que existe entre la sexualidad y la prosperidad) nuestra prosperidad nacional por medio de dos actividades propiciadoras de la industria: el trabajo y el saber. Y como bien dijo Marx, en el liberalismo las fuerzas productivas crecen y con ello la prosperidad. Hay que propiciar la actividad industrial y la empresarial (con palabras ya de nuestra época), en libertad, insertándonos en la Era del Conocimiento (el saber, algo que no apreciamos mucho en nuestra cultura, punto a desarrollar posteriormente). Sinceramente, no creo que el Libertador se hubiera declarado partidario de regímenes que atentan en contra de la libertad, la prosperidad y, por ende, de la felicidad, recordando lo acontecido con la caída del Muro de Berlín y de la extinta URSS.
Conclusión: Es contradictorio hablar de felicidad y despotricar o satanizar la riqueza o la noción de capital. Tenemos que exorcizar de nuestra psique las premisas mentales erróneas que nos llevan a tal contradicción y purgarnos de las emociones negativas (miedo, asco, desprecio, culpa, resentimiento, criptoavaricia) asociadas con la riqueza. Si se busca la mayor suma de felicidad, eso implica apuntar a la prosperidad, a la generación de riqueza, a la creación, acumulación e inversión de capital (recordemos, humano, social, financiero, que tiene como piso el uso de los talentos transformados en fortalezas). Claro está, dentro de una concepción y una práctica económica humanista, sistémica, ecológica, donde la inclusión es importante porque se requiere del concurso armónico de todas las partes que forman el sistema.

Wladimir Oropeza
Psicólogo clínico / Asesor Vocacional

Bibliografía:

  • Bolívar, S. (1819). Discurso de Angostura. En, Simón Bolívar, Doctrina del Libertador. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1976. Pp. 101-127.
  • Layard, R. (2005). La felicidad. Lecciones de una nueva ciencia. México: Taurus.
  • Rodríguez, R., Díaz, D., Moreno, B., Blanco, A., y van Dierendonck, D. (2010). “Vitalidad y recursos internos como componentes del constructo de bienestar psicológico”. Psicothema, 22(1), pp. 63-70.
  • Seligman, M. (2003). La auténtica felicidad. Barcelona: Ediciones B.

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