Julián se despertó a las 6 am sobresaltado de la cama, porque tenía una idea que le daba vueltas en su mente respecto a eso de salir de la pobreza en base al desarrollo de los talentos que había leído en el artículo "Sobre la salida de la pobreza I: a través de los talentos (el caso de un indigente): qué tan fácil o cuesta arriba sería esa una política socioeconómica del Estado centrada en las capacidades para superar la pobreza en su país, Venezuela.
Revisó de nuevo uno de los capítulos del libro "Ideas y mentalidades de Venezuela", específicamente el capítulo de "La mulata recatada" referido a un aspecto de la mentalidad del venezolano del siglo XVIII, en el cuál Julián resaltó el siguiente párrafo:
"...pesa mucho el parecer del prójimo sobre la reputación, importa mucho el sentirse justipreciado por la manera de cumplir los compromisos de la vida cotidiana. Tal es el rasero del cual depende la estima personal".
Ello, le pareció, evidencia un rasgo que todavía tiene mucho peso en la psique del venezolano: la moral heterónoma o el criterio de actuación con locus de control externo. La estima (necesidad muy marcada entre nosotros, reconocía Julián a través de varios estudios) y de la responsabilidad por los acontecimientos que han ocurrido en la vida de la mayoría tenían (y tienen) un foco externos al sí-mismo. La búsqueda de prestigio, de la valoración que los demás nos otorgaran, nos hacía bailar a un "son de locos", inconscientemente interpretado. Se hacía patente desde entonces y hasta la fecha la necesidad de estima a partir de los convencionalismos socioculturales de cada época, pero sin que el logro involucre, para muchos, una autogestión o desarrollo de los recursos internos para la generación de riquezas a nivel individual y en gran escala social.
Esto le hizo buscar dos materiales más. Un artículo de la revista "El desafío de la historia" de Di Miele donde releyó que, respecto a la manera de ser de los venezolanos de inicios del siglo XIX,:
"...no por vocación o convicción racional o espiritual ...[los venezolanos] escogen un oficio. Sólo la vanidad los mueve: «Por pura ostentación se viste el uniforme militar; se traduce mal el francés para afear al castellano; se obtiene el título de abogado para ganar el sustento diario; se reciben las órdenes sacerdotales para adquirir consideración, y se hace voto de pobreza en un convento precisamente para librarse de ella»".
Siguió leyendo Julián el artículo de la revista que los criollos venezolanos de ese entonces tienen una actitud enfrascada en "...ser no lo que pueden ser según sus capacidades sino lo que conviene socialmente: "Materialmente no hay persona distinguida que no pretenda ser militar, aunque carezca de todas las nociones preliminares e indispensables a ese noble ejercicio, ni nadie, blanco o blanqueado, que no quiera ser abogado, sacerdote o monje, y aquéllos que pueden llevar tan lejos sus pretensiones, aspiran por lo menos a ser notario, escribanos, suplentes de sacristán, o pertenecer a alguna comunidad religiosa en calidad de lego, pupilo o recogido, por manera que los campos se hallan desiertos y su fertilidad testimonia contra nuestra negligencia".
Un párrafo más le mostró la mentalidad imperante entre los criollos y muchos de los no criollos: "...una sociedad que considera que «la decencia prohíbe trabajar la tierra y ordena el desprecio de las artes mecánicas y útiles»". Una de esas paradojas no resueltas, porque como se expresaba en el artículo, a pesar de que podía alcanzarse la prosperidad económica a través de los trabajos manuales, éstos eran menospreciados. Y el sentirse menospreciado era algo muy marcado en ese entonces, y también ahora.
Para Julián, entonces, había un patrón de valoración y una actitud externalista todavía existente entre los venezolanos, incluso reconociéndolo en él como una secreta tendencia, cuando leyó en el segundo material, "Detrás de la pobreza":
"A comienzos del siglo XIX, en vísperas de la Gran Guerra de la Independencia, están presentes en las élites venezolanas … dos mentalidades: la que desdeñaba y hasta discriminaba socialmente el hecho productivo directo, por considerarlo indigno de la nobleza y del estamento 'mantuano', por un lado, y por otro la de los productores y empresarios innovadores", generalmente extranjeros éstos últimos.
Si bien en los dos últimos textos se hablaba de la mentalidad discriminatoria de la actividad productiva de los criollos, aspecto que ha cambiado en la historia en buena medida, le seguía reverberando la frase "ser no lo que pueden ser según sus capacidades sino lo que conviene socialmente", porque ello era lo que observaba alrededor de sí, en la forma que la mayoría había escogido sus carreras y manejaban su oficio y profesión: centrado en convencionalismo y en criterios externos que apuntan al prestigio social. Esto, además, era lo que calzaba con lo dicho por el articulista aquél, quien luego de entrevistar durante 15 años a venezolanos de diferentes colores, tamaños, preferencias sexuales, religiones, niveles socioeconómicos, edades, etc., le refirió:
"El venezolano en general es trabajador, pero me da la impresión que el trabajo es mayormente una vía de sobrevivencia y para asegurar el sostén de la familia, además de una vía para obtener valoración social al llegar a determinados cargos o tener profesiones socialmente bien vistas. Esto no es que no sea importante. El hecho delicado es que el trabajo y la profesión parece estar deslindado del conocimiento y desarrollo de los talentos, de la autogestión de las capacidades, que te llevan a una vida de mayor satisfacción, productividad y aporte a los demás. Ante la pregunta: ¿cuáles son tus fortalezas y tus debilidades?, la gran mayoría no sabe qué responder, ni siquiera cuando se les pregunta por las experiencias laborales exitosas y aquellos en donde hayan experimentado frustraciones. Una porción de los muy pocos que responden a estas preguntas no relacionan las experiencias de éxito o fracaso a rasgos o virtudes propias, sino a factores externos. Y no faltan los que exageran y se atribuyen los aportes de otros. ¡Y válgame Dios qué escuchas si preguntas por el motivo de haber escogido tal o cual carrera! Que si eso era lo que querían los padres que él o ella estudiaran, o que si los amigos escogieron estudiar "eso" y querían permanecer junto a ellos, o era lo que había. Otros al menos se acercan a decir que fue porque les gustaba, pero sin poder dar una razón muchas veces que vincule las características individuales con la profesión. Se palpa que no hay una cultura de conocimiento y cultivo de las capacidades propias, aprendiendo a casarlas con roles laborales cónsonos que le permitan explorar en muy alto grado su potencial. ¡Imagínate un país con una educación y una economía guiada por estos valores de desarrollo del propio potencial y el ajeno!".
"¡Sí! ¡Sería un giro copernicano! Psicológica, social, económica y políticamente hablando", expresó Julián, agregando: "Claro. Esta cultura centrada en las capacidades, en el desarrollo de los talentos y los valores más altos implicaría cambios en la forma de orientar políticamente a la sociedad, en los patrones de crianza de los niños, en las maneras de educar y formar a los jóvenes en colegios y universidades, y en el estilo de gerenciar a las personas en las empresas".
"Es que al menos esas profesiones y quehaceres: la política, la docencia y la gerencia, pasarían a enfocarse desde esa perspectiva de las capacidades, a escoger personas que evidenciaran un alto grado de autoeficacia y presencia de fortalezas para manifestar un desempeño superior, cónsono con altos estándares y valores que impulsen hacia el desarrollo", comentó el escritor.
Julián, acto seguido, citó a un reconocido escritor en el mundo de la gerencia actual: "Y con ello se cumpliría lo que una vez escribió Peter Drucker: que los trabajadores «tienen que aprender a hacerse una pregunta que no se han hecho antes: ¿Cuál debería ser mi contribución?»". Acertadamente Drucker expresa que "...para responder a esta cuestión tiene que estar claro en lo siguiente, preguntándose y diciéndose las personas lo siguiente: «¿Qué es lo que exige la situación? Teniendo en cuenta mis puntos fuertes [talentos, fortalezas], mi forma de trabajar [más eficiente] y mis valores. ¿Cómo puedo contribuir mejor a lo que debe hacerse? Y, por último: ¡Qué resultados tienen que conseguirse para considerarlos verdaderamente significativos?»".
Sabía que este cambio de referentes sería un paso importantísimo en la construcción de una sociedad centrada en el "intercambio de valor por valor" como lo expresaba Rand, una sociedad en la cuál las personas estarían claras en la mejor y mayor contribución que podrían brindar desde sí misma, desde sus mayores y mejores virtudes y valores, recibiendo una digna y próspera retribución, porque la mayoría ─no hay que dejar de considerar la existencia de las excepciones, por ley de Campana de Gauss─ rendiría con una alta productividad, con placer y facilidad, porque al trabajar desde las reales fortalezas nacidas del desarrollo de los talentos, virtudes del alma y dones del espíritu, en armonía con lo que te apasiona y con los propios valores-del-ser, lo que se cosecha es felicidad y prosperidad.
Y el establecimiento de una cultura de tales características, ¿no sería algo en lo cual tendría que trabajar mayormente las clases dirigentes en los diversos ámbitos político, social, económico, educativo, religioso, con las comunidades? (Continuará...)
Bibliografía:
- Di Miele, R. (2010). "Pura ostentación". El desafío de la historia, N° 3, Año 3, p. 114-115.
- Drucker, P. (2005). "Gestionarse a sí mismo". En, Ibarra, Drucker, Kotter y Ciampa, Cómo gestionarse a sí mismo. Barcelona: Deusto.
- Pino Iturrieta, E. (2008). Ideas y mentalidades de Venezuela. Caracas: Alfa.
- Rand, A. (2005). La rebelión de Atlas. Buenos Aires: Grito Sagrado.
- Ugalde, L.; España, L.; Lacruz, T.; De Viana, M.; González L.; Luengo N.; y Ponce M. (2005). Detrás de la pobreza. (4° ed). Caracas: Asociación Civil para la Promoción de Estudios Sociales y UCAB.
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