PENSAMIENTOS SUGERENTES

"Conócete a ti mismo".
Sócrates, recordando la sentencia del dios Apolo, inscrita en la entrada del Templo de Delfos

"No es mirando a la luz como se vuelve uno luminoso, sino vertiendo luz en la propia oscuridad."
Carl Gustav Jung

"En general, los hombres no quieren que se les enseñe a pensar bien; prefieren que se les diga qué han de creer."
K. Gunnar Myrdal

"Una virtud básica del hombre es el pensamiento. ... Y tu vicio básico, la fuente de tus males, es ese acto antiético que algunos practican pero que no desean admitir: el acto de dejar la mente en blanco; la voluntaria suspensión de la propia conciencia, la negación a pensar; no la ceguera, sino el rechazo a ver, no la ignorancia, sino el rechazo a conocer."
Ayn Rand. La rebelión de Atlas.

"No querría con esta obra ahorrar a los demás el que piensen; al contrario, si fuera posible, querría incitarlos a pensar personalmente."
Wittgenstein

miércoles, 2 de febrero de 2011

Una perspectiva diferente sobre la pobreza II: las reflexiones de Julián

Julián recordaba las palabras del artículo ("Sobre la salida de la pobreza I: a través de los talentos (el caso de un indigente)"), donde el escritor había expresado que el apoyo a otros a salir de la pobreza era una decisión individual, siendo, además, conveniente el apoyo institucional del Estado. No era esto último lo que planteaba Ayn Rand en su novela "La rebelión de Atlas" como función del Gobierno, ya que la búsqueda y alcance de la felicidad, como meta última de toda vida, la concebía dicha autora como una responsabilidad individual: el hombre debía concebirse como un fin en sí mismo, no un fin para otros, tesis ésta que iba en contra de todo esclavismo, explotación, etc., al indicar que ningún hombre puede usar a otros para el logro de sus fines, sino establecer tratos concertados donde se intercambie valor por valor.

Es decir, pensaba Julián, si toda acción y servicio implica costos, porque nada es gratis (todo servicio consume recursos de diversos tipos: tiempo, energía y monetario) y alguien siempre paga por los servicios sociales o gubernamentales, el gasto o pasivo financiero que los programas de ayuda generan, así como los de la burocracia estatal, inevitablemente se le cobraba a alguien: comúnmente ese gasto se le endosaba a la larga a los productores, y a las personas en general de los niveles socioeconómicos medio y alto, vía impuestos. Y desde este punto de vista se resaltaba una perspectiva que normalmente no se apreciaba: que habían grupos de personas (en diferentes niveles socioeconómicos, no sólo los pobres que no formaban parte del tren productivo, sino el caso de muchos burócratas y políticos que no agregaban valor a la sociedad, por ejemplo) usando a otros para su fin de sobrevivencia, viviendo a costa de los demás. Para Julián era un punto de vista que en principio sonaba fuerte e inhumano, pero que claramente entrañaba un acto de injusticia por parte de las personas que no consumían lo que se originaba del propio trabajo (pero, ¿y si muchos pobres no tienen trabajo?, ¿y entonces cómo hacen?), sino de lo producido por otros. Él pensaba que igualmente nadie puede justificar esto como un derecho: era una variante de la explotación que no se señalaba, que incluso podía hasta llegar a justificarse. Mas Julián consideraba esta situación como resultado de una ética errónea históricamente añejada y no reflexionada por las personas de la sociedad:  es errado pensar que la necesidad lo justifica y pide todo, que da el derecho de pedir y exigir, incluso sin haber hecho méritos ni dar algo de valor a cambio.

Julián venía de una familia de escasos recursos que al menos tenía comida, vestimenta y techo, cuyos miembros fueron ascendiendo a un nivel de vida medio, contando Julián con la fortuna de estudiar (su abuela le decía: "ésta es la única herencia que la familia puede darte. Así que ¡estudie mijo!, ¡estudie!") y aprender a sostenerse a través de sus esfuerzos. Claro, la pobreza Julián la vivió como una condición injusta en su niñez y juventud, como algo doloroso que le hacía experimentar la impotencia del no contar con las cosas que él quería cuando era un muchacho: una bicicleta, una patineta, un libro caro. Recordaba la respuesta previsible de los padres divorciados cuando les pedía esas u otras cosas: "Vamos a ver. Ahorita no hay con qué. Espérate a ver si sale una plata extra". Y a continuación la larga espera, la vana multiplicación de los terrenos baldíos de la esperanza, por no mencionar la indignación ante la incongruencia de ver cómo el dinero se destinaba a grandes fiestas para compartir con los demás familiares y amigos.

El sentimiento de esperanza de una lejana reparación de esa injusticia que era su vida de limitaciones, se sumaba a la ensoñación de lo que sería vivir una vida de ricos. Y ese revoltijo se complicaba con la secreta envidia de ver a otros que sí podían darse sus gustos o tener lo que quisieran. ¿Y qué era eso otro muy feo que hervía en aquel entonces en su interior? A estas alturas él sabía que eso era resentimiento: evocaba los escasos momentos en que llegó a conocer el lado rico de la ciudad en los inicios de su vida universitaria y cómo ese hervidero de envidia y resentimiento le quemaba las entrañas. Claro está que por su educación cristiana sentía que ello era malo, y rápidamente procedía a reprimir, en esos momentos, dichos sentimientos, a apartarlos de su conciencia, tal cual como los cristianos venían practicando desde hace dos mil años la represión del cuerpo emocional, de aquellas emociones y sentimientos tenidos por pecaminosos, como había concientizado leyendo "Ansiedad cultural", de Rafael López-Pedraza. Mezclado también estaba la aún más secreta maldición de su circunstancia y un deseo de ascender como fuera posible, incluso a veces imaginando cómo sería si lo intentaba por esas vías tenidas por inmorales pero practicadas por muchos en su sociedad, tal como se venía haciendo desde la época colonial: "¡pongame donde haiga!" o las vías de "trepado" al entrar, vía matrimonio, en el círculo de una familia pudiente, como seguían mostrando en las típicas novelas donde la pobre se casaba con el chico rico, que mantenían un alto rating en Venezuela. Pero no era eso lo que él quiso para sí: en su conciencia algo le indicaba que era otro el camino, como lo que pensaba y sentía cuando leía la "parábola de los talentos" en la Biblia y luego, ya adulto en los "Tres ejercicios literario-filosóficos de economía" de García Bacca: cada cual recibiendo dones del espíritu que se traducían en la vida diaria en talentos, los cuales debían ser conocidos y desarrollados en fortalezas para generar prosperidad y construir el reino de los Cielos acá en la Tierra; y Dios como un Gran Gerente que pide cuentas de lo que sembraste y cosechaste con tus talentos.

Recordando esos hechos de su vida mientras transitaba en el Metro, desde hace un tiempo sin escamoteo psicológicos ni justificaciones ideológicas, Julián pudo asumir en su madurez, gracias a un trabajo psicoterapéutico y de revisión espiritual,  una posición ética con una claridad que él sentía en buena medida liberadora de fuerzas internas autodestructivas, haciéndole frente a varios demonios ya mencionados que emergían de lo más recóndito de su inconsciente y en los cuales él reconocía la existencia de los problemas psicoculturales que Venezuela arrastraba desde otrora tiempos, como bien aprendió de la lectura del libro de López-Pedraza:

  • "Los conflictos más profundos del hombre son culturales";
  • "...un complejo (trozo de historia) que no se reflexiona, es decir, que no se hace consciente, se repite y aparece en nosotros con potencial destructivo".

Aunque su vida era una suma de circunstancias históricas sociales y familiares, también respondía a una serie de elecciones hechas por él, en base a sentimientos y creencias erróneas como el pensar que su vida temprana de limitaciones fue una injusticia social porque no había contado desde pequeño con el "pedazo de país" que le proveyera desde chico de todo con lo que soñaba y quería, que si Venezuela era un país rico, entonces alguien le había quitado su cuota de riqueza que le debió tocar por el simple hecho de ser venezolano. No era así: lo que te ganas a través de tus propias capacidades es a lo que tienes derecho, aunque existan otros que roben, especulen y saqueen a la nación. Si bien su familia no se preocupó por elevar su nivel de vida de manera significativa para colocar a la siguiente generación en mejores condiciones socioeconómicas, había aprendido a ser agradecido por lo que había recibido, como fueron los estudios y el acceso a libros que ampliaron su visión limitada de la vida de los primeros años de vida y de su círculo cercano.

Reconocía que estaba de acuerdo con el planteamiento de Ayn Rand y Abraham Maslow sobre la responsabilidad individual de cada persona por vivir productivamente en consonancia tanto con las propias capacidades como con el valor más alto de su ser, para el alcance de la propia felicidad.

Mientras a lo lejos escuchaba el sin fin de conversaciones que las personas sostenían en el vagón, alcanzó a escuchar la voz del conductor del metro quien anunciaba el arribo a la estación Petare, lugar de su destino. Julián se preguntó:  ¿y qué tan factible sería sembrar la idea en los venezolanos de salir adelante mediante el cultivo, a través del estudio y de la práctica, de sus capacidades: talentos, virtudes y dones? (Continuará…)

Bibliografía:

  • García Bacca, J.D. (1983). Tres ejercicios literario-filosóficos de economía. Barcelona: Anthropos.
  • López-Pedraza, R. (2000). Ansiedad cultural. Caracas: Festina Lente.
  • Maslow, A. (1991). Motivación y personalidad. (3ra ed). Madrid: Díaz de Santos.
  • Rand, A. (2005). La rebelión de Atlas. Buenos Aires: Grito Sagrado.

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